4.03.2007

Miradas que hielan.

-¿No has debido decir eso? Menudo tío raro.- Pensé.
-No veo por qué tiene que molestarle tanto. Igual tiene usted una cara de esas comunes o llamativas. Puede que incluso sea alguien famoso.- Le contesté.

El tipo me miró bastante divertido. Tenía una de esas miradas que hielan. Fue entonces cuando empecé a darme cuenta de que algo no iba bien. Después del día que llevaba, la verdad, es que todo me importaba una mierda. Pero este tipo era algo especial. Pocas palabras, algunos gestos y esa forma de vestir a medio camino entre hortera y... del monte. No se me ocurrió otra cosa. La camisa era algo bastante llamativo, pero la cazadora, el gorro de lana y las botas de monte denotaban en él un aire de cazador. Muy apropiado.


Así andaba yo, perdido en mis pensamientos, cuando me di cuenta de que ninguno de los dos nos habíamos movido en un rato. Ahora el tipo me miraba extrañado, pareciese que estaba decidiendo qué iba a hacer conmigo. De hecho, es exactamente lo que estaba pensando.

-¿Y qué hago yo ahora contigo?- Me dijo.
-¿Se supone que tiene usted que hacer algo?- Le contesté.
-Por una parte, parece que no tienes ni idea de quien soy. Eso es bueno. Por otra, acabas de decir que mi cara te suena. Eso es malo.-
-No creo que sea para que se lo tome usted así.- Le interrumpí.

Empezaba a pensar que el tipo era una especie de exiliado político o algo por el estilo, cuando sus palabras rompieron otra vez el silencio. Pero esta vez fue para romperlo en pedazos. A partir de ese momento todo se sucedió como en una novela de aquel dramaturgo irlandés que escribía tan raro.

-No lo has entendido. De cualquier forma, no importa demasiado. Te explicaré como funciona esto. Tú corres, yo te persigo. Tú corres mucho, yo te persigo. Y créeme, puedes correr todo lo que quieras, pero lo único que conseguirás es morir cansado.-

El tío era un auténtico imbécil, pero eso no impedía que empezase a ponerme bastante nervioso. Era demasiado grande para enfrentarme a él, así que me decidí por el siguiente paso lógico. Sin perder la compostura miré hacia otro lado, suspiré y empecé a andar como si todo ese encuentro no hubiese sucedido. Un segundo después, el tipo había sacado un cuchillo de combate de casi dos palmos de hoja. Fue un destello. La visión del arma me paralizó. Estaba claro que esperaba algún tipo de agresión pero no algo tan explícito. La sangre se helaba en mis venas por momentos. La mente se me quedó en blanco. Solo podía pensar en el cuchillo. Ni siquiera pensé en si iba a doler. "Mierda, parece que esto termina aquí". Vinieron a mi mente momentos anteriores. Nunca había pasado tanto miedo, quitando aquel demonio de perro que me atacó cuando era pequeño. Me sentí profundamente apesadumbrado y recordé todo el día que llevaba. Me resultó irónico haber pensado que estaba muriéndome aquella maldita mañana. Si hubiese sabido como iba a transcurrir el día seguramente habría pensado en otra cosa. Morir dos veces en un mismo día no está tan mal, ¿no?

-No terminas de entenderlo. Te voy a matar de todas formas. Pero antes quiero que corras. ¿Qué me dices?-

Era impresionante la naturalidad con la que hablaba el tipo. Antes de que sacara aquel cuchillo pensé que sencillamente era un desequilibrado, pero nada peligroso. Pero ahora empezaba a verlo de otra manera. Un tipo grande, con un cuchillo grande, con una sonrisa inmensa y con una tranquilidad pasmosa. Y sencillamente quería matarme porque había dicho que su cara me sonaba.

De pronto, el miedo empezó a remitir y me vinieron muchas cosas a la cabeza. Recordé el tipo raro que una vez se sentó en nuestra mesa en la cafetería de la facultad. Recordé a aquel americano zumbado y... al tipo que iba siguiéndolo. ¿Era posible?
-Tú eres aquel tipo que seguía al americano.- Le dije.
-¿Qué americano?- Me contestó.
-El tipo americano que entró en la facultad. Se olvidó la cartera y cuando salió se perdió por la calle. Tu estabas siguiéndolo.- Los recuerdos llegaban a mí en cuentagotas.

El tipo se movió como una sombra. Estaba enfrente, manteniendo en su mano aquel enorme cuchillo y en un instante me sujetaba del pecho con la otra. Todo fue muy confuso. No recuerdo si el movimiento fue así de rápido o el golpe me dejó aturdido. Las piernas empezaron a fallarme y caí hacia delante. Me di cuenta de que me faltaba el aire, pero no conseguía hacer funcionar mi cuerpo. Me sentí como sumergido en un líquido espeso. Mis movimientos eran lentos, mis músculos no respondían, no podía respirar y ni siquiera podía emitir algún sonido. Y de pronto, la realidad comenzó a enturbiarse y terminé de sumergirme en la oscuridad.

(El camino hacia las sombras).

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