3.27.2007

No mires a la luz

Corrían tiempos extraños. Mi país estaba superando las penurias de la posguerra y las cosas no andaban muy bien. Las calles eran inseguras, los trabajos eran precarios y las ideas eran peligrosas. Había estado conduciendo un viejo Ford por una carretera larga y recta como un destino ineludible. Delante de mí, un BMW circulaba a una velocidad constante y cansina separándome de mi meta. Tampoco es que importase mucho, conducir era agradable y dejabas de pensar.

Las cosas nunca salen como esperas. Media hora antes un camión de carga había dejado el parabrisas hecho una porquería y el líquido del "limpia" se había agotado. Al menos, el cristal ahora estaba impoluto. Pero, cosas del destino, un BMW pisando huevos, el sol empezaba a ponerse, sin líquido del limpiaparabrisas... Como siempre todo sucede de golpe y después del uno y del dos, viene el tres. Yo conducía mi Ford en cuarta y el pobre cacharro no daba para más, impidiéndome el adelantamiento. Así que decidí pegar morro al BMW para que aumentase un poco la velocidad. No hacía falta que se perdiese en el horizonte, con unos veinte kilómetros por hora más me dejaría conducir en paz.

Parece que no era esa la idea del otro conductor. Activó su "limpia", que proyectó el agua por encima del BMW. El chorro fue a parar al cristal delantero de mi coche. Empecé a maldecir a aquel cabronazo, pero el tiempo no estaba de mi parte. El sol había descendido lo suficiente como para empezar a deslumbrar. Lo suficiente para no percatarme de que el tipo iba a salir de la carretera para repostar. La reacción fue instintiva. Invadí el carril izquierdo y rápidamente di un volantazo para regresar al mío. Al conductor del camión que circulaba en sentido contrario no tuvo que hacerle mucha gracia.

Los minutos siguientes fueron un lapsus bastante estúpido. Ahora era yo el que conducía a ritmo de tortuga. Las piernas me temblaban y para colmo de males, el agua del cristal y el posterior polvo del camión hacían imposible ver con claridad. La carretera viró hacia el oeste y el sol comenzó a darme de cara.

Seguí conduciendo unos tres kilómetros con el sol deslumbrándome hasta que me percaté de que no podía circular en esas condiciones. Ya estaba más tranquilo y empecé a sentirme como un imbécil. Recordé que aún me quedaban otros veinte kilómetros más conduciendo hacia el oeste y decidí bajar el parasol. La mala suerte siempre viene en sacos de cinco kilos. El parasol se quedó en mi mano. Quizás el cabreo me hizo terminar de arrancarlo o sencillamente el coche era demasiado viejo y se caía a cachos.

Recordé lo que decía mi padre cuando me enseñó a conducir. Si algo te deslumbra, no mires a la luz. Seguí conduciendo con la puesta de sol jodiéndome la vista hasta que llegué a casa. Subí por las escaleras hasta el sexto piso. Los bloques sin ascensor tenían un alquiler bastante barato para la época. Abrí la puerta y me acerqué al frigo a coger una birra para sentarme un rato a reflexionar sobre la mierda de día que llevaba. Encendí la vieja sanyo, cambié de canal, bajé el volumen y en ese momento me di cuenta de que el día no se había terminado aún. Me había quedado sin tabaco...

(El camino hacia las sombras).

2 comentarios:

Daniel Estorach Martín dijo...

Joder tío, no sé porque decías que no se te da bien escribir. Está muy bien escrito.
Sólo tienes que cuidar un poco la ortografía o más bien ser un poco más pulcro, ya que son errores tontos.

Lo de "...5 piso..." del último párrafo quedaría mejor: "...quinto piso...".

Saludos. Voy a seguir con el resto ;)

Anónimo dijo...

No he podido entrar hasta hoy a leerte... últimamente no uso mucho el ordenador :P
No llevo mucho leído, pero por el momento me ha gustado... me encanta esa atmósfera q creas...
Por si no tengo tiempo de volver a conectarme a Internet en los próximos días, he guardado en mi PenDrive una copia de algunos de los siguientes capítulos.. hay curiosidad por ver cómo continúa esto ;P