3.30.2007

La belleza en una postal

(Paisaje místico)


"He intentado buscar la postal adecuada y no la he encontrado.

Este es uno de los paisajes más hermosos, místicos y románticos que he visto y que me han hecho pensar en tí. Aunque no se puede apreciar la belleza en una postal. Espero que te encuentres bien. Un abrazo para todos y un besote enorme para tí.

T.Q.

P.D: Necesito un masaje."


(Cartas desde el olvido).

*La pintura que veis en esta entrada es una creación de Mercedes Naveiro. Está en la sección de pinturas y gráficas de su web (si pincháis en el nombre del cuadro tenéis un vínculo) en los años 1989-1990. Es difícil apreciarlo a simple vista en una imagen tan reducida pero me encantan los detalles de esta y de "Jugando con la luz". Llevan un doble significado (al menos para mí) implícito que es la misma idea que estoy intentando plasmar yo en lo que escribo (con poca soltura por ahora).


Los ojos de la tristeza

El verano era bastante caluroso donde vivíamos. Por suerte, y desde que éramos pequeñitos, mis padres nos mandaban, a mi hermano y a mí, a unos campamentos. En ellos pasábamos gran parte de las vacaciones hasta regresar a la ciudad. Recuerdo que el primer año me puse a llorar cuando mis padres se despedían. Pero con el tiempo empezaron a gustarme mucho. Incluso me sentía triste cuando tenía que regresar a casa. El primer año que estuve en uno de esos ni siquiera tenía la edad necesaria para entrar. Menos mal que mi hermano se hacía cargo de mí.

Y de uno de esos campamentos volvíamos. Por una carretera que ya me resultaba familiar y en un autobús lleno de niños. Algunos estaban contentos por poder ver de nuevo a sus padres. A mí, en cambio, me invadía cierta tristeza. Echaría de menos poder compartir las horas con los amigos. Cada año se repetían, pero cada año era gente nueva. Un nuevo comienzo. Ahora me planteaba que había algunos amigos que ya no volvería a ver. El ambiente en mi casa era bastante impersonal y eso ayudaba a no echarla mucho de menos. Ni a la casa ni a mis padres.


El autobús comenzó a dar ese giro tan característico que siempre hacía justo antes de la parada. Cuando se abrieron las puertas todos los niños salieron disparados hacia ellas. Yo siempre esperaba en el asiento para poder localizar luego a mi hermano y bajar con él. Una vez despejado el pasillo central me levanté, cogí mi mochila y caminé hacia la puerta, buscándolo. No estaba. Bajé a la acera y levanté la vista. Mi abuela estaba de rodillas abrazando a mi hermano. Mi abuelo vino hacia mí y con palabras entrecortadas dijo algo que aún no recuerdo. Me estaba poniendo bastante nervioso. Algo no iba bien. Empecé a dar una ojeada buscando a mis padres. En su lugar vi a mis tíos junto a un coche de la Guardia Civil. Todos tenían un gesto bastante lúgubre.


Mi abuelo empezó a hablar de nuevo. Mi hermano se giró hacia mí. Las lágrimas corrían por sus mejillas y me miraba extrañado. Yo me acerqué a él y le pregunté -¿Dónde vamos ahora? Miró a mi abuela con una expresión inquisitiva. Durante todo ese rato mi abuelo no había parado de hablar. Pero sus palabras me resultaban extrañas, desconocidas en su mayoría. Repetí la pregunta a mi hermano. -¿A dónde vamos? Él me miró y sin contener su ira gritó -¿Es que eres gilipollas? ¡Papá y mamá han muerto!

Recuerdo que le contesté algo así como "¡Qué dices!".

El día transcurrió con una sensación de desazón que sofocaba el ambiente. Estábamos en casa de mis tíos. Ni siquiera habíamos tenido que hacer las maletas. Mis abuelos y mis tíos hablaban en el salón sentados y mi hermano escuchaba de pie. Hablaban de que íbamos a vivir allí una temporada, hasta encontrar nuevos colegios en el pueblo de mis abuelos y entonces mudarnos. Todo me resultaba lejano. Como cuando escuchas la lluvia caer a través del cristal de una ventana. Me fui al cuarto de baño y me quedé mirando al espejo. Los ojos de la tristeza. Empezaba a darme cuenta de lo que había pasado.


(Historias que le conté al cabalista).

3.29.2007

Contarte mi verdad

"Siento el numerito de hoy. No esperaba reaccionar así. Pero sí esperaba tus excusas.

Siento guardarte rencor porque, al fin y al cabo, ahora no sirve de nada. Supongo que en otro momento pudo haber causado algún efecto. Me has hecho bastante daño. O quizás me hiciste daño y aún la herida no ha cerrado.

Creí que lo había superado todo, pero ya veo que me falta madurez. Me ha dolido verme de la misma manera. Revivir todas aquellas inseguridades me ha hecho perder los estribos, la calma. Me he ido de la habitación, más bien, porque no quería que me vieras llorar.

No aprendí a "hablar" contigo en su momento, o no lo conseguí y parece que estoy destinada a no hacerlo nunca.

No sé lo que me dolió más. Que no funcionara la cosa, la manera de dejarlo, o verte hacer cosas con ella que me hubiera gustado hacer a mí contigo. Como por ejemplo, lo más importante. Tener confianza. Poder hablar con tranquilidad. O sentirme a gusto, cómoda, no alguien que molesta.

Sé que me aferro al pasado como a un clavo ardiendo. Pero es algo que siempre tengo muy presente. Me aferro al pasado porque creo que mi vida no ha sido muy feliz, o lo que más me importaba no he sabido mantenerlo. Hoy, por fin, te he demostrado mi confianza. Te he contado cosas que en su momento nunca te dije por miedo. Cuando debería estar estudiando, reflexiono y me doy cuenta de que ya es hora de poner punto y final a algo que pasó hace mucho y que no se puede remediar. Pero no incluye el que se pueda cambiar una opinión y llegar a ser amigo de una persona a la que amé y odié tanto y al mismo tiempo.

No te rías de mí por contarte mi verdad. De una vez por todas. Prefiero dejarlo así y no quedarme con la sensación de que me he guardado algo."


(Cartas desde el olvido).

Los ojos de la ira

Habíamos pasado toda la primavera en el pueblo. El verano comenzaba y caminaba junto a mi hermano por la calle. Veníamos de hacer unos recados para mis abuelos. Nada especial. Comida, coca colas y cervezas para mi abuelo. Mi hermano y yo siempre acabábamos haciendo los recados porque ellos nunca andaban por casa. En eso se parecían a mis padres. Bajamos por la calle del súper hacia la plaza y yo me paré en el quiosco para ojear alguno de los tebeos. Mi hermano continuó sin prestarme mucha atención. Le molestaba lo distraído que era. No soportaba esa tranquilidad que siempre llevaba encima. A veces pensaba que mi manera de ser desordenada no le molestaba tanto como el hecho de que él le tenía un miedo visceral a la sangre y yo, siendo su hermano pequeño, me comportaba con más naturalidad ante esas cosas.


Levanté la cabeza y corrí hasta la plaza para alcanzarlo. Lo vi hablando con Toni. Toni era un tipo un poco menor que mi hermano. En realidad se llamaba Jose Antonio, como su padre. Como el resto de los chicos, nos tenía tirria por ser nuevos en el pueblo y ser de ciudad. Toni no tenía una vida fácil. Su padre era militar retirado y se aburría bastante. Además, él era el típico marginado que andaba chuleando a los otros chavales. Siempre vestía camisetas negras de grupos extraños que, por aquel entonces, yo no había escuchado en toda mi vida. A su padre esto no debía gustarle mucho porque le soplaba unas palizas de cuidado.


Estaban discutiendo. Cuando me acerqué no hablaban con mucha coherencia. Eran los típicos insultos. Yo soy muy chulo. Yo soy más chulo que tú. Cosas así. Mi hermano se giró hacia mí y me dijo -No sabía que los catetos eran tan sobrados. Toni inclinó desafiante la cabeza y le contestó -Tu madre. Y le empujó ligeramente el hombro. Mi hermano empezó a darse la vuelta. Antes me dejó observar en él los ojos de la ira. Mi hermano repartía palos como Jesucristo panes y peces. En cuestión de minutos, el otro chaval tenía la camisa enrollada por encima de la cabeza y no hacía otra cosa que recibir.


Cuando la paliza terminó seguimos andando como si nada hubiera pasado. Llegamos a casa de los abuelos y entramos. No había nadie, como de costumbre. Se puso a colocar la compra y yo no pude reprimirme. Le pregunté qué coños había hecho. Él pasó de mí. Empecé a recriminarle su violencia gratuita. La verdad es que cuando me cabreaba era un poco pesado. En un momento determinado le dije -Bastante tiene ya el pobre chaval con lo cabrones que son sus padres.

Fue como un estallido. Ni siquiera vi venir la bofetada. Pero recuerdo que me lanzó hacia atrás con tal fuerza que acabé con la cabeza apoyada en la pared de la cocina. Me levanté sin ni siquiera quejarme y salí de la casa. Empecé a caminar por las calles del pueblo y a cada paso que daba apretaba más el ritmo. Cuando salí del pueblo ya estaba corriendo como un poseso. Subí por una loma y pasé una vieja casa. El aliento me empezaba a faltar y decidí pararme un rato. Me senté de espaldas a un árbol y, casi sin tiempo a pensar, empecé a llorar como una magdalena.


(Historias que le conté al cabalista).

3.28.2007

Tu cara me suena

"Fumar puede matar". Así rezan los jodidos carteles de los paquetes de tabaco ahora. En aquella época al menos no te daban el coñazo con esas tonterías. Había conseguido encontrar una tienda abierta y había comprado un paquete de Lucky Strike, sin filtro. Era un tabaco delicioso.


Me sentía como la misma mierda. Desde que el día empezó se había ido convirtiendo en una pesadilla. Una llamada en un mal momento. Una despedida dolorosa. Un último suspiro hasta el más profundo de los vacíos y la vida pegando pellizcos estúpidos en sutiles guiños. Al menos tenía tabaco.


Caminaba por la misma calle en la que vivía. Pero era una de esas calles principales que se hacen eternas. Además, la hora empezaba a resultar molesta. Se había hecho de noche y cualquier transeúnte era sospechoso. Abrí el paquete para sacar un cigarrillo y busqué el mechero. El mechero que había lanzado por la ventanilla del coche cuando comencé mi viaje de vuelta. Mira que a veces soy gilipollas. Me resigné al hecho de que tendría que esperar hasta regresar a casa. Tenía cerillas en la cocina.

De pronto tropecé con lo que me pareció que era un árbol. Caí de culo y miré hacia arriba. Un tipo fornido vestido con una cazadora abierta, una camisa con un cuello enorme como las que llevaba Jimmy Hendrix y un gorro de lana me miraba curioso. Conseguí levantarme torpemente y esperé un poco para ver si se disculpaba. El tío era grande. Casi parecía que me iba a disculpar yo. Me recompuse con toda la dignidad que me quedaba, que no era mucha, y me quedé mirándolo un poco airado. Como no se me ocurrió otra cosa le pedí fuego. Esto pareció divertirle y esbozó una sonrisa. Una sonrisa perfecta, con unos dientes blancos y perfectos.

En ese momento en mi cabeza sonaba Purple Haze. El tipo no parecía tener intención de darme fuego, así que empecé a girarme para seguir mi camino. De repente, me quedé mirándolo y le dije -Tu cara me suena. Su sonrisa se hizo aún más amplia y me contestó -No has debido decir eso.


(El camino hacia las sombras).

Los ojos de la desesperación

Escaparme de casa se había convertido en una costumbre. No importaba cual fuera la excusa. Aunque supongo que los golpes siempre ayudan. Había estado corriendo por el olivar hasta quedar sin aliento. Era una zona bastante tranquila y apartada. Después de subir una loma y pasar de largo un caserón abandonado había un calvero con una encina en el centro. Era un árbol bastante viejo. Me gustaba trepar por sus ramas y sentarme arriba. Me daba una perspectiva diferente, supongo que superior en alguna forma. Ella lo llamaba mi eterno refugio.

Antes de la puesta de sol ya me había encontrado. Esta vez no lloraba desconsolado como la primera vez que nos vimos. Me saludó sin prestarme mucha atención. Sabía que me molestaba que mirase los moratones. Empezamos a charlar, como siempre, de todos los países que había visitado. Era emocionante imaginar todos esos sitios que algún día podríamos visitar juntos. El sol se puso sin pena ni gloria.


Caminamos de regreso, por el olivar, hasta las primeras casas. Observábamos la plaza del pueblo. Escuchamos unos gritos de la calle del supermercado y nos detuvimos. De la esquina apareció un joven corriendo con unas bolsas en las manos. De fondo se escuchaban los gritos de una mujer. "¡Al ladrón! ¡Al ladrón!". Uno de los dos jóvenes que había en la plaza se apresuró a detenerlo, sujetándolo por el brazo. El ladrón perdió el equilibrio y soltó las bolsas. Todo acabó desperdigado por el suelo, incluido él. La mujer se paró antes de llegar a la esquina. El chico intentaba impedirle levantarse cuando el delincuente se giró y sacó de su bolsillo una enorme navaja. La situación empezaba a superarlos a ambos. El chaval de la plaza miraba a su amigo, instándole a que le prestase un poco de ayuda. Pero el pobre tonto estaba bloqueado por el miedo.

Recuerdo que ella me dijo "No vayas, por favor". Yo también sentí algo de miedo y me quedé mirando al pobre diablo. Nuestras miradas se cruzaron y comprendí que no era una persona violenta o peligrosa. En su cara no se reflejaba la ira o la locura. Lo que su rostro mostraba eran los ojos de la desesperación. La necesidad.

Me acerqué lentamente a él y con una serenidad pasmosa cogí la navaja de su mano. La cerré y le ayudé a levantarse. Le dije que se fuera antes de que llamásemos a la policía y el tipo se marchó con su cara de idiota hacia el campo.

Momentos después mis piernas empezaron a temblar y tuve que apretar los labios para no ponerme a llorar. Nunca más volvería a llorar delante de ella.


(Historias que le conté al cabalista).


Tu última carta

"¿Sabes? Estoy contenta. Hacía mucho tiempo que no me encontraba así. Como el sol y los animalitos saltando. Supongo que será porque se está acercando la primavera (mentira, pero no sé que decir).

Últimamente me están pasando cosas alucinantes, verdaderamente increíbles. Me estoy descubriendo a mí misma. Descubro que tengo reacciones sorprendentes ante situaciones determinadas.

Mi persona está dando un cambio radical. Tengo respuestas completamente opuestas a lo que eran (o son aún) mis principios. No sé si me explico con claridad. Cuando por algún motivo se supone que debería ponerme triste, pues me da exactamente igual. No sé si tiene mucho sentido, pero es lo que me ocurre. No precisamente en tu caso pero...

Y eso me contenta porque me doy cuenta de que puedo disfrutar más de las cosas. Puedo sacarles más partido. Quizá me haya dado cuenta un poco tarde, pero aún me queda mucho tiempo.

Me acuerdo de tu última carta. Si no te acuerdas te refrescaré la memoria: La sierra, acampada, andar, radio, sacos de dormir, verano, aire libre... ¿Te acuerdas ya?

Me puse a pensarlo, y debe ser algo fantástico. Si consigo salir de aquí me gustaría ir contigo, pero si vamos seguro.

¡Y hasta aquí llega mi carta!

Aunque he incluido más cosas. No quiero que tenga fin. No me gustan los finales. No es nada del otro mundo. Ya sabes. Nunca hago nada del otro mundo..."

(Cartas desde el olvido).

3.27.2007

Los ojos de la bruma

No acostumbraba a pasar las tardes en la facultad. Pero el día había sido muy largo y ni siquiera tuve tiempo de volver a casa para comer. Habíamos salido de prácticas y gastábamos las horas hablando de tonterías en la cafetería. Estaba junto a dos chicas, eran muy amigas. Nos habíamos conocido a lo largo del curso. Yo acostumbraba a meterme con ellas y parece que les resultó divertido. Siempre acabábamos hablando de cosas sin importancia y riéndonos de todo.

El sitio no era muy acogedor. Como cualquier cafetería de facultad. Espaciosa, impersonal, y diseñada con austeridad para aprovechar los pocos recursos de los que en aquella época disfrutaban las instalaciones reservadas a la enseñanza. Una gran cristalera nos separaba de la calle, no así del frío.

Por aquel entonces mi inglés ya era bastante bueno y podía desenvolverme con cierta soltura.

La conversación había llegado a ese punto en el que lo único que queda es apurar el café y marcharse. Y en ese momento apareció determinado personaje. Corría torpemente por la calle, tropezando con los peatones y trastabillando con los semáforos. Tenía la mirada perdida y andaba sin rumbo aparente. De pronto se quedó mirando hacia el interior y corrió hacia la cafetería. Entró por la puerta, levantó la cabeza y vino a sentarse en la mesa en la que estábamos nosotros.

Era un tipo raro. Vestido con unos pantalones de camuflaje y amplias sudaderas que se había puesto, unas encima de otras, para luchar contra el frío. Llevaba una mochila mediana de la que sobresalían mapas y libretas. Desde luego, no tenía pinta de estudiante.

Comenzó a hablar en un inglés muy fluido. Lo suficientemente rápido para que no le entendiésemos. Se me ocurrió intentar hablar en inglés con él y conseguí decirle que tenía que ir más despacio. Era una situación bastante rara. Yo no podía ocultar una sonrisa al mirarlo, pero las dos chicas lo miraban con cierto temor.

Pareciera que no llegaba a comprender que estaba en un país en el que su lengua era extraña. Empezó a soltar majaderías. Resultó bastante curioso poder hablar un rato con él. Mi inglés no era tan malo como yo creía y pude mantener una charla absurda durante un rato.

Yo estaba bastante tranquilo y mis amigas habían perdido ese temor inicial. Pero a pesar de todo él no paraba de mirar hacia fuera, esperando ver aparecer a alguien. Se diría que estaba escondiéndose. Y todo transcurrió como un relámpago. Se quedó mirándome a los ojos y me dijo. Tú eres como yo. Le contesté que sí, que todos éramos iguales y otras chorradas que acostumbrábamos a decir por aquellos tiempos para no crear tensiones políticas. Él me miró contrariado y negó con la cabeza. Empezó a ponerse nervioso y masculló algo incomprensible. Luego dijo en su idioma "You've got the eyes of haze. You're a ghost, like me". Se levantó y echó a correr hacia el hall de la facultad.

No podía parar de reírme e intentaba explicarles a las niñas qué era lo que me había contado el tipo. Me quedé mirando a la mesa y me di cuenta de que el muy idiota se había dejado la cartera. Una billetera de piel bastante abultada, con las siglas de la infantería de marina de los USA. Aunque esto lo descubrí más tarde. Cogí la cartera y me levanté para devolvérsela, pero el tipo se había perdido dentro de la facultad. Cuando volví a la mesa me senté y estuve tentado de echarle una ojeada. El americano apareció otra vez corriendo y tropezando y me miró. Estaba a punto de decirle algo sobre la cartera pero no me dio tiempo. La cogió cabreado y salió otra vez hacia la puerta por la que entró al principio.


Momentos después, de detrás de un coche, apareció un tipo bastante grande. Mediría un metro noventa, era rubio y llevaba el pelo largo, recogido en una coleta. Una perilla muy bien recortada y una sonrisa perfecta, marcada por dientes blancos y perfectos. Vestía un gabán que, aunque estaba un poco andrajoso, daba la impresión de ser caro. Parecía un chiquillo jugando en la calle. Saltó desde la calzada a la acera por encima del capó del coche y siguió calle arriba, por donde el tipo raro había huido antes.

Esa fue la primera vez que vi a Viktor.


Más tarde, en casa, repasé mi diccionario de inglés para consultar una palabra que no había entendido. Haze... Los ojos de la bruma.

(Historias que le conté al cabalista).

Mi eterno refugio

"Es en estos momentos.

Cuando las hojas envejecen y tornan amarillentas. Cuando el suelo se cubre de tan extraño abrigo. Las nubes no cesan en su constante viaje, hacia lo que más tarde me preguntaría. Claras como el agua nítida de un arrollo y oscuras como el más endiablado de los pensamientos.

El cielo se deja divisar entre los escasos espacios que las nubes no llegaron a cubrir. Cuando emigran cientos y miles de aves hacia un lugar donde la vista no alcanzaría. Esperando allí encontrar algún espacio donde poder reposar esas agotadas alas, gastadas por lluvias, nieves y vientos...


Qué hermoso me parece, divisándolo desde aquí. Mi eterno refugio. El que pronto abandonaré. Puedo reconocer cada uno de sus detalles con tanta nitidez que parezco poder acariciarlo. Pero no, solo se trata de una ilusión. Un sueño.

La otra tarde, mientras escuchaba como el agua caía sobre la tierra, el viento agitaba con fuerza las hojas amarillentas y las aves se refugiaban del frío en su cálido hogar, fue cuando, en cuestión de segundos y durante un momento, tuve la sensación de tenerte junto a mí. Acariciándome, besándome.

Me sentí contrariada. Fue como el sueño que nunca consigo recordar. Como todas las acogedoras tardes que transcurrieron junto a tí.

Me sentí feliz.

Te echo de menos y creo que a pesar de todo aún te quiero"


(Cartas desde el olvido).

No mires a la luz

Corrían tiempos extraños. Mi país estaba superando las penurias de la posguerra y las cosas no andaban muy bien. Las calles eran inseguras, los trabajos eran precarios y las ideas eran peligrosas. Había estado conduciendo un viejo Ford por una carretera larga y recta como un destino ineludible. Delante de mí, un BMW circulaba a una velocidad constante y cansina separándome de mi meta. Tampoco es que importase mucho, conducir era agradable y dejabas de pensar.

Las cosas nunca salen como esperas. Media hora antes un camión de carga había dejado el parabrisas hecho una porquería y el líquido del "limpia" se había agotado. Al menos, el cristal ahora estaba impoluto. Pero, cosas del destino, un BMW pisando huevos, el sol empezaba a ponerse, sin líquido del limpiaparabrisas... Como siempre todo sucede de golpe y después del uno y del dos, viene el tres. Yo conducía mi Ford en cuarta y el pobre cacharro no daba para más, impidiéndome el adelantamiento. Así que decidí pegar morro al BMW para que aumentase un poco la velocidad. No hacía falta que se perdiese en el horizonte, con unos veinte kilómetros por hora más me dejaría conducir en paz.

Parece que no era esa la idea del otro conductor. Activó su "limpia", que proyectó el agua por encima del BMW. El chorro fue a parar al cristal delantero de mi coche. Empecé a maldecir a aquel cabronazo, pero el tiempo no estaba de mi parte. El sol había descendido lo suficiente como para empezar a deslumbrar. Lo suficiente para no percatarme de que el tipo iba a salir de la carretera para repostar. La reacción fue instintiva. Invadí el carril izquierdo y rápidamente di un volantazo para regresar al mío. Al conductor del camión que circulaba en sentido contrario no tuvo que hacerle mucha gracia.

Los minutos siguientes fueron un lapsus bastante estúpido. Ahora era yo el que conducía a ritmo de tortuga. Las piernas me temblaban y para colmo de males, el agua del cristal y el posterior polvo del camión hacían imposible ver con claridad. La carretera viró hacia el oeste y el sol comenzó a darme de cara.

Seguí conduciendo unos tres kilómetros con el sol deslumbrándome hasta que me percaté de que no podía circular en esas condiciones. Ya estaba más tranquilo y empecé a sentirme como un imbécil. Recordé que aún me quedaban otros veinte kilómetros más conduciendo hacia el oeste y decidí bajar el parasol. La mala suerte siempre viene en sacos de cinco kilos. El parasol se quedó en mi mano. Quizás el cabreo me hizo terminar de arrancarlo o sencillamente el coche era demasiado viejo y se caía a cachos.

Recordé lo que decía mi padre cuando me enseñó a conducir. Si algo te deslumbra, no mires a la luz. Seguí conduciendo con la puesta de sol jodiéndome la vista hasta que llegué a casa. Subí por las escaleras hasta el sexto piso. Los bloques sin ascensor tenían un alquiler bastante barato para la época. Abrí la puerta y me acerqué al frigo a coger una birra para sentarme un rato a reflexionar sobre la mierda de día que llevaba. Encendí la vieja sanyo, cambié de canal, bajé el volumen y en ese momento me di cuenta de que el día no se había terminado aún. Me había quedado sin tabaco...

(El camino hacia las sombras).

3.26.2007

Los ojos del demonio

No lo recuerdo con mucha claridad. Era aún un crío. Ese día llegué del colegio tarde porque me había quedado jugando en la calle con los niños del barrio. Cuando entré en casa me estaba esperando una de esas broncas. Las de siempre. En un momento de subida de tono recuerdo oír las palabras "en esta casa hay unas normas, mientras estés bajo este techo vas a cumplirlas". Fue una discusión bastante chocante para un chaval de ocho años.

Recuerdo que salí corriendo hacia el ascensor. Fue mi primera escapada y realmente pensaba que no iba a volver. Luego, con el tiempo, comprendí que siempre llevaba esa sensación de "no voy a volver" y que realmente era algo pasajero.

Corrí calle abajo, atravesando el hospital, hasta llegar al parque. Desde ese momento todo era confusión. La gente corría asustada y había sangre en el suelo. Recuerdo un cachorro tirado e inmóvil como una marioneta rota. Recuerdo gente herida y recuerdo el pánico al ver al animal que lo había causado todo. Era un perro del tamaño de un pastor alemán, pero con el pelo largo y moteado como las hienas. Los pelos del lomo estaban erizados y corría por el parque dando dentelladas a los viandantes.

Fue un momento bastante corto. Yo estaba inmovilizado por el miedo y el perro se acercaba mordiendo todo lo que había a su paso. El miedo me invadió y deseé que mis padres estuvieran allí para ayudarme. Pero recordé que estaba solo. Me había escapado de casa y ya no debía depender de nadie. Por un instante me sentí tranquilo, en paz. Y miré a los ojos del demonio. En mi mente se repetía un mensaje. Algo así como "no me va a morder, no tiene por qué hacerlo".

El animal se quedó fijo por un segundo y saltó encima de mí. No sentí ningún miedo, de alguna forma sabía que no me atacaría. Empezó a lamerme. Yo estaba tumbado y no comprendía nada, solo sé que no tenía miedo. Aún se escuchaban los gritos cuando el perro siguió su camino por el parque. Lo siguiente que recuerdo es un disparo y al infeliz animal saltando como un resorte.

Fue la primera vez que recuerdo esa sensación de paz y resignación justo después del miedo.


(Historias que le conté al cabalista).

3.25.2007

Introducción

Sacas una carta. La miras. Valoras qué significa esa carta para tí y que significará para los demás. Luego la enseñas. Esta es mi carta.

Así empiezan los problemas. Cuando enseñas tu carta tienes que dejar de verla. No mires tu carta mientras la enseñas. Es síntoma de debilidad.


Mi carta era muy mala. Era esa carta que todo el mundo espera que tengas y que te hace el centro de todas las miradas. Era una carta pésima. La peor cuando la estaba mirando. Cuando muestro esta carta he dejado de verla y ahora todo el que la observe sabrá que de algún modo estoy condenado. Pero tampoco importa mucho. Nadie sabe en que consiste este juego.