3.29.2007

Los ojos de la ira

Habíamos pasado toda la primavera en el pueblo. El verano comenzaba y caminaba junto a mi hermano por la calle. Veníamos de hacer unos recados para mis abuelos. Nada especial. Comida, coca colas y cervezas para mi abuelo. Mi hermano y yo siempre acabábamos haciendo los recados porque ellos nunca andaban por casa. En eso se parecían a mis padres. Bajamos por la calle del súper hacia la plaza y yo me paré en el quiosco para ojear alguno de los tebeos. Mi hermano continuó sin prestarme mucha atención. Le molestaba lo distraído que era. No soportaba esa tranquilidad que siempre llevaba encima. A veces pensaba que mi manera de ser desordenada no le molestaba tanto como el hecho de que él le tenía un miedo visceral a la sangre y yo, siendo su hermano pequeño, me comportaba con más naturalidad ante esas cosas.


Levanté la cabeza y corrí hasta la plaza para alcanzarlo. Lo vi hablando con Toni. Toni era un tipo un poco menor que mi hermano. En realidad se llamaba Jose Antonio, como su padre. Como el resto de los chicos, nos tenía tirria por ser nuevos en el pueblo y ser de ciudad. Toni no tenía una vida fácil. Su padre era militar retirado y se aburría bastante. Además, él era el típico marginado que andaba chuleando a los otros chavales. Siempre vestía camisetas negras de grupos extraños que, por aquel entonces, yo no había escuchado en toda mi vida. A su padre esto no debía gustarle mucho porque le soplaba unas palizas de cuidado.


Estaban discutiendo. Cuando me acerqué no hablaban con mucha coherencia. Eran los típicos insultos. Yo soy muy chulo. Yo soy más chulo que tú. Cosas así. Mi hermano se giró hacia mí y me dijo -No sabía que los catetos eran tan sobrados. Toni inclinó desafiante la cabeza y le contestó -Tu madre. Y le empujó ligeramente el hombro. Mi hermano empezó a darse la vuelta. Antes me dejó observar en él los ojos de la ira. Mi hermano repartía palos como Jesucristo panes y peces. En cuestión de minutos, el otro chaval tenía la camisa enrollada por encima de la cabeza y no hacía otra cosa que recibir.


Cuando la paliza terminó seguimos andando como si nada hubiera pasado. Llegamos a casa de los abuelos y entramos. No había nadie, como de costumbre. Se puso a colocar la compra y yo no pude reprimirme. Le pregunté qué coños había hecho. Él pasó de mí. Empecé a recriminarle su violencia gratuita. La verdad es que cuando me cabreaba era un poco pesado. En un momento determinado le dije -Bastante tiene ya el pobre chaval con lo cabrones que son sus padres.

Fue como un estallido. Ni siquiera vi venir la bofetada. Pero recuerdo que me lanzó hacia atrás con tal fuerza que acabé con la cabeza apoyada en la pared de la cocina. Me levanté sin ni siquiera quejarme y salí de la casa. Empecé a caminar por las calles del pueblo y a cada paso que daba apretaba más el ritmo. Cuando salí del pueblo ya estaba corriendo como un poseso. Subí por una loma y pasé una vieja casa. El aliento me empezaba a faltar y decidí pararme un rato. Me senté de espaldas a un árbol y, casi sin tiempo a pensar, empecé a llorar como una magdalena.


(Historias que le conté al cabalista).

2 comentarios:

Daniel Estorach Martín dijo...

Me ha gustado ver la aparición de "nuestro amigo" en el pasado del prota. Cómo lo confunda con el hermano mayor lo lleva claro XD

Babilonios dijo...

has caido!!!!

jajajaja me parece estupendo que no esté del todo claro.