4.30.2007

Dos impactos positivos

Día Dos

7.30 Toque de corneta. Hoy me levantaré temprano. Ayer los chicos de la compañía me comentaron algo y quiero comprobarlo por mí mismo.

8.30 He cogido prestado armamento de la armería y voy a darme una vuelta por el perímetro exterior.

9.30 Por lo visto, todas las mañanas un tipo pasa con una motocicleta por la carretera que circunda la base. Algunos chicos creen que es un partisano, un informador. Si es así, no pasará mucho tiempo hasta que suframos algún ataque terrorista.

10.30 Me he quedado de charla con los chicos del puesto de observación Sur. Desde esta posición tengo línea de fuego por encima de la segunda alambrada del perimetro exterior. Vamos a esperar al tipo de la moto.

11.27 El tipo de la moto ha aparecido por el este, la situación de nuestro puesto de observación nos permite verle a unos tres kilómetros. He cargado el fusil y lo he amartillado. Los chicos todavía piensan que estoy de coña.

11.31 He realizado dos disparos. El primero para derribar al motorista y el segundo para eliminarlo. Dos impactos positivos. Me marcho de la torre Sur 3. Supongo que en los próximos días retirarán el cuerpo.

12.30 He presentado el armamento prestado en la armería y he rellenado mi informe.

13.30 ------

14.30 Algunos chicos se han atrevido a sentarse en nuestra mesa. Las noticias en la base son siempre bienvenidas. Rompen con la rutina diaria. Supongo que esta noche habrá mejor ambiente.

16.30 Se nos ha informado de algunos aspectos de la misión. Por lo que he podido entender es una infiltración simple. No habrá objetivos militares.

17.30 Algún miembro del GRU de mi grupo de asalto ha hablado de un encuentro con fuerzas especiales europeas. No me gusta mucho la idea. Pero siempre es mejor colaborar con ingleses o alemanes que con americanos. Son unos jodidos arrogantes.

19.30 No hemos podido verificar la información. Queda poco tiempo para el comienzo de la misión y todo el mundo está tenso. Si hubiésemos sabido algo al respecto, con varios días de antelación, habríamos podido sacar algo más en claro. Supongo que por eso nos informan el día anterior.

20.00 Hemos revisado equipo y armamento.

21.30 Vamos a ver una película. La verdad, prefiero darme una vuelta por el perímetro exterior. Quiero saber si ya han retirado el cuerpo.

22.30 Ni el cuerpo ni la motocicleta. Es extraño, pero parece que van a esperar a que alguien se acerque a recogerlo. Supongo que despues mandarán algún "Hoplite" o uno de los nuevos "Hips" para una misión de reconocimiento.

(Diario de operaciones I).

4.28.2007

Una distancia necesaria

Víktor cogió las llaves del coche, me lanzó la cartera y el resto de mis cosas y me apremió para que me levantara.

-Nos vamos a dar una vuelta.

Dejó el cuchillo encima de la mesa y se puso su cazadora. Apenas tuve un momento para poner mis cosas y mi mente en orden y lo acompañé a la puerta. De alguna manera, tenía la extraña sensación de que me iba a gustar eso de acompañar por la calle a un tipo duro. Y cuantos más jaleos se buscase, más fácil sería que se metiera en problemas. Llegado un punto crítico siempre sería mejor vérselas con la policía.

Bajamos por las escaleras y Víktor preguntó por mi coche. Cuando le expliqué que era un Ford Fiesta L puso cara de pocos amigos y comenzó a andar calle arriba hasta que vimos un callejón más oscuro de la cuenta. Entonces se asomó, y me agarró del brazo para que lo siguiera. Mi actitud en todo momento fue pasiva. No ofrecía ninguna resistencia y colaboraba. Si se presentaba una oportunidad de que el tipo fuese atrapado, esa sería mi salida. El muy hijo de puta estaba como un cencerro y sabía donde vivía. Eso de correr en un momento dado y que luego se presentase en mi casa me daba muy mala impresión.

Con un movimiento que no llegué a percibir abrió la puerta de un coche y me dijo que subiera. Arrancó la cerradura y usando algunos cables sueltos consiguió hacer contacto. Salimos a la calle principal y nos dirigimos a las afueras de la ciudad. Pocos coches circulaban a esas horas por la calle. Nos dirigimos hasta un pueblo cercano y tomamos una de las carreteras secundarias que enlazan a otros pueblos de la periferia.

Víktor conducía a una velocidad bastante prudente y parecía que disfrutaba haciéndolo. El coche era un Chrysler 1500 de color verde. Era la primera vez que montaba en un coche automático. Nunca llegué a saber si fue casualidad o realmente Víktor tenía localizado el coche. Cuando llevabamos unos minutos conduciendo por esas carreteras, un coche pequeño nos fue alcanzando. Su faro izquierdo estaba ligeramente atenuado, y el derecho estaba orientado de tal forma, que deslumbraba al conductor que iba delante. Esto pareció molestar a Víktor, que sin embargo, esbozó una sonrisa y siguió conduciendo un poco más despacio.

El coche nos alcanzó y comenzó hacer la maniobra de adelantamiento. Cuando nos hubo rebasado, Víktor aceleró y se mantuvo a una distancia necesaria para que no se perdiera. Era una costumbre muy común. Conducir por una carretera desconocida podía darte algún susto. Seguimos al tipo del coche pequeño hasta un desvío hacia otra población. Más adelante se volvió a salir de la carretera. Esta vez parecía que iba a un motel. Para mi sorpresa, Víktor lo siguió.

Con un poco más de tiempo observé que las puertas estaban custodiadas por dos hombres bien vestidos. Pero el conductor que habíamos seguido no parecía alguien importante. Víktor aparcó a unos metros del otro coche, guardó una bolsa en la guantera y se puso unos guantes de cuero. Me miró con su espléndida sonrisa y dijo "Empieza la fiesta".


(El camino hacia las sombras).

4.19.2007

Un cielo en llamas

El cielo en llamas


"Hoy soñé con un cielo en llamas.

El cielo en llamas representa el final de algo, o de todo. Y mi camino continúa, dejando atrás ese cielo.

Pero no puedo evitar soñar con él. A veces...

Siempre que sueño con un cielo en llamas quiero correr hacia tí. Para protegerte. Pero cuando despierto y ya no estás, me siento triste como el infierno.

Y sé que ese cielo no está lejos, sino dentro de mí."

(Las Últimas Cartas).

Sin novedad en el frente

Día Uno

7.30 Toque de corneta, las compañías regulares ya están armando jaleo. Nosotros saldremos, como siempre, cuando nos salga de los cojones.

8.22 Me levanto, estoy harto de las putas anotaciones en este cuadernillo de mierda.

9.30 Como siempre, hemos dado una vuelta para ver como lo pasan los chicos. Es refrescante ver como vive la vida de soldado un muchacho que estará aquí un par de años, cinco a lo sumo. Se toman las cosas bastante a la tremenda.

10.30 Realmente, mi compañía no está completa. Pensaba que al menos estarían aquí a modo de presencia testimonial pero solo somos un grupo de asalto. La base solo nos atenderá hasta pasado mañana y luego a buscar al objetivo y neutralizarlo.

11.30 Sin novedad en el frente.

12.30 ------

14.30 Siempre que vamos a comer nos pasa lo mismo. Nos dejan una mesa entera para los GRU. Es aburrido estar en una mierda de base con dos escuadrones de cosacos, perdón, Shashkas, cuatro baterías de artillería, y unas diez brigadas regulares y que te dejen una mesa con capacidad para sesenta personas para tí solo. Cinco tíos comiendo en esta mesa, parecemos zares, joder.

19.30 Hemos revisado el armamento y el equipo. Teniendo en cuenta que solo el mío es de combate no nos ha llevado mucho tiempo. Esto es tedioso.

21.45 Por fin hemos podido hablar con los chavales. Lástima que hayamos acabado a palos. Nada grave. Es bueno para relajar tensiones.

22.30 Este cuadernillo es un coñazo. Pero ya se sabe, la disciplina ante todo. Cada hora, un nuevo informe. Cuando salga lo rellenaré cuando me salga de las pelotas por motivos ajenos a mi persona.

Nota: Tengo que borrar esto último.

(Diario de operaciones I).

4.18.2007

La mejor salida

"Acabo de releer tu última carta y después de tanto tiempo me dispongo a contestarla. Sé que las cosas no han sido fáciles para tí. Que no elegiste estar allí aquel día que todos los muebles de tu cabeza se desarmaron. Recuerdo la última vez que nos vimos. Tú aún insistías en mi última carta. Una nota que te escribí en el instituto, para excusarme de no poder quedar contigo el fin de semana. Porque iba con los amigos de acampada. Si ahora estás mejor, espero que entiendas que era una manera diplomática de decirte que no.


Supongo que cuando nos conocimos tú ya no andabas muy bien de la azotea. Si te has curado, espero que te rías de mis comentarios. Si no es así, da igual. Estaba sentado en la puerta de aquel bareto. Todos estaban dentro, nadie sabía qué es lo que me había pasado. Pero la única persona que apareció fuiste tú. Te sentaste a mi lado y me preguntaste sencillamente "¿Qué te pasa? Tienes mala cara". Te contesté con alguna excusa. Creo que fue algo así como que estaba cansado, que necesitaba dormir.


Luego salieron dos amigos a preguntarme sobre una decisión importante. Creo que era el dichoso lugar al que íbamos a ir de acampada (la de verdad). Contesté, y pareció que mi decisión era la que importaba, la definitiva. Eso despertó en tí una curiosidad implacable. Yo practicamente no escuchaba tus palabras. Pero me sentía bien, sabiendo que había alguien hablándome y mirándome. Entonces empezaste a tocarme el pelo. Luego todo fue como la seda. Acabé acompañándote a casa.


No habían pasado ni dos días desde que el gran amor de mi vida se había marchado y ya estaba haciendo el tonto con otra tía. Aún así, no me sentía culpable. El problema fue cuando mis amigos se enteraron y me pusieron sobre aviso. Me dijeron que tenías muchos problemas. Que estabas sometida a algún tipo de terapia y que tomabas medicamentos para la depresión. Me asusté bastante. A partir de ahí, comencé a comportarme como un auténtico imbécil. Teniendo en cuenta como has acabado, no puedo sentirme culpable del todo. Fue la mejor salida para mí. Es egoísta, pero hasta tus padres admitieron que lo tuyo no tenía solución fácil.


Espero que con el tiempo, hayas conseguido algún tipo de estabilidad en la vida. Que seas feliz. Todos merecemos ser felices, aunque sea en alguna época de nuestra vida."

(Las últimas cartas).

Partir de cero

-¿Prefieres seguir viviendo? ¿Qué clase de respuesta es esa?- La verdad es que mi respuesta era una basura. Siempre que te imaginas situaciones comprometidas te acuerdas de los grandes del cine negro y de sus frases geniales. Pero, a la hora de la verdad, no se me había ocurrido soltar nada más. Menuda cagada. Casi tenía gracia.

-Te diré lo que vamos a hacer.- Siguió hablando. -Cuéntame un poco de tu vida. Así te dará tiempo a fumar un par de cigarrillos más. Luego decidiré que hago contigo.-

-Pero, ¿Por dónde empiezo?- El sonido salió de mi boca quedo, como un balbuceo. ¿Qué cojones se supone que le tienes que contar a un tipo que después de amenazar con matarte te arrastra hasta tu propia casa? Pensé en las veces que había sido el chico nuevo en algún sitio y tampoco me preocupaba tanto quedar bien o mal. -Mi nombre es Isaac- Comencé. Le conté más o menos como era mi vida en aquel momento. Insistió en saber más sobre el día anterior. No preguntó mucho sobre la manera en que murieron mis padres, o como acabó mi novia con mi hermano. No era un tipo morboso, o eso es lo que pensé en ese momento. Seguía hablándole de mis cosas, siempre por encima, hasta que preguntó directamente.
-¿Quién es el americano?- Me costó reaccionar.
-¿Qué americano?-
-Tú sabrás, ¿Cuántos americanos conoces?-
Después de pensarlo detenidamente contesté. -Ninguno. Creo.-
-Tiene gracia. No sé si hablas en serio o te estás haciendo el listillo conmigo. Olvídalo.-
-El tipo raro que entró aquel día en la cafetería de la facultad. ¿Te refieres a ese?- Empecé a recordar. -Yo te vi aquel día. Pero llevabas el pelo largo. Es extraño.

-Mi nombre es Viktor.- Interrumpió. Era un tipo con poca paciencia.
-Me resulta extraño que te acordaras de mi cara despues de tanto tiempo. Supongo que me viste por unos cinco segundos. Aún así me has reconocido. Pero creo que no es como yo pensaba. Lo que te voy a proponer ahora es sencillo. Igual te parece una tontería, pero si lo piensas puede ser una opción viable. En este momento, tu existencia es una puta mierda. No tienes familia, no tienes novia y por tu estilo de vida, tu trabajo tampoco es la hostia. Como habrás podido observar, yo no soy un tipo común. Te lo creas o no, me dedico a liquidar gente. Es un trabajo como otro cualquiera. No te voy a hablar de mis motivos o mis métodos. Pero te voy a dar la oportunidad de seguir viviendo. Que es más de lo que esperabas hace tres o cuatro horas.- Miró su reloj. -Mi trabajo es divertido, conozco mis limitaciones. Pero últimamente se está convirtiendo en algo tedioso. Así que haremos un trato. Tú te vienes conmigo. No te pido que mates a nadie. Tarde o temprano acabarás cogiéndole el gusto o intentando huir.- El gesto de mi cara debió ser bastante elocuente. -Mira, no me mires así. Yo te perdono la vida. Pero ahora tu vida me pertenece. Si te sirve de consuelo, prometo no matarte mientras aceptes el trato. Piénsalo bien, porque la otra opción es bastante más aburrida. Y si lo piensas aún mejor, no tienes nada que perder. Ahora mismo eres un pusilánime de los cojones. Te ofrezco la oportunidad de partir de cero. ¿Qué me dices?-

Empecé a pensar en coger el cuchillo y vivir mis últimos minutos con un poco de gloria. Pero la opción era demasiado absurda. Claro que toda la situación había degenerado hasta un punto insospechado. Todo era tan irreal que en ningún momento estaba procesando lo que él me decía. Era cierto que mi piso era un desastre, ni siquiera era mío. No me quedaba familia, ni tenía una relación sentimental estable. Pero ¿Qué se supone que iba a pasar con mis amigos?

De todas formas, el tipo podía ser un maniático. Intentar razonar con él no parecía una buena idea. Por un momento, me imaginé siendo el compañero de fatigas de un psicópata. Claro que pensándolo bien, hasta los superhéroes están un poco zumbados. Aunque creo que Robin decidió seguir a Batman de motu propio. Seguramente el tal Viktor era un desequilibrado. Y aunque su acento no era familiar, parecía que llevaba bastante tiempo viviendo en esta ciudad. Así que decidí salir del paso como mejor se me ocurrió.

-De manera que lo único que tengo que hacer yo es ir contigo. No tengo que meterme en ninguna pelea ni nada por el estilo, ¿no?-

-Tranquilo chico. Serás mi padawan, mi sempai. Mientras vayas conmigo estarás bajo mi protección.-

-Guay.- Pensé.

(El camino hacia las sombras).

4.16.2007

Nuestro principal objetivo

Mi nombre es Viktor вера. Soy miembro del Glavnoe Razvedyvatel'noe Upravlenie. Pertenezco a la 3ª Brigada Spetsnaz. Siempre nos hemos movido en las sombras y siempre acatamos las órdenes sin rechistar. Sin embargo, este informe acabará en manos de cualquier otra inteligencia. No me importa ser utilizado por mi pais. No me importa morir en el campo de batalla. He aprendido y acepto que en toda operación hay bajas colaterales. Pero un soldado merece otro soldado. He luchado contra ejercitos de otros paises, contra grupos paramilitares, terroristas. He matado civiles. Pero no eran el objetivo. Si acepto ahora esta misión, es porque sé que acabará conmigo.

No sucumbiré a la presión de tener que luchar solo. Estoy preparado para someterme a la tortura, al hambre y a la soledad. Pero mi instinto, el mismo que me ha mantenido con vida durante tantos años, me dice que esta vez hay algo más. Por eso, he tomado contacto con un conocido grupo de exmilitares. Para que, en caso de que pierda la vida, toda la información que obtenga sirva para hacer justicia. Puede que me equivoque. Pero tengo la impresión de que los objetivos de esta misión son ambiguos. Siempre hemos tenido claro que la amenaza terrorista es nuestro principal objetivo. Enviar a un soldado a matar un civil es absurdo, deshonesto y estúpido.

De cualquier forma, mi condena será cumplir las órdenes. No creo ser tan importante, y no cuestiono a mis superiores. Si muero, esperaré una venganza justa. Y si tengo éxito, me habré convertido en todo aquello contra lo que he luchado. Un asesino.

(Diario de operaciones. Interludio).

4.15.2007

Mi manera de actuar

"Siempre tuve esa facilidad para hacerte daño y sacarte de tus casillas. Y lo peor es que soy consciente de ello y me gusta. A pesar del tiempo, sé que aún ejerzo ese tipo de control sobre tí. Se donde darte para que te duela. No estoy orgulloso de ello, pero no puedo evitarlo.

La verdad, no entiendo tus disculpas. Si tenías algo guardado no debiste esperar tanto para decírmelo. Ahora comprendo como te sientes. Aunque ya es demasiado tarde.

No tengo mucho más que decirte y ni siquiera creo que esperes una respuesta. Siento mucho haber disfrazado mis sentimientos hacia tí con palabras bonitas. No me resultó fácil dejarte de lado. Y puede que sigas sin creerme, pero tomé mis decisiones pensando en tí. Tarde o temprano iba a pasar y lo único que hice fue acelerarlo.

Me cuentas que en algún momento pudiste hacer algo, cuando te sentías mal y sabías que lo nuestro se iba a pique. No lo creo. Es duro decir las cosas claras, contar las verdades, pero nunca sentí lo mismo por tí. No llegué a ese punto. Puede que te afectase más el hecho de que la conocías. Pero la realidad es que ella nunca afectó mi manera de actuar.

Es así de sencillo. Y como no espero que recibas esta carta, escribiré con total franqueza. Te usé, y lo hice porque podía. Nuestra conexión no era más que eso. Yo te utilizaba y tú, cegada por tus sentimientos, hacías todo lo que yo te pedía. No me siento orgulloso, pero esa es la verdad. Me tocó ser uno de los golpes de tu vida. Todos tenemos que recibirlos de vez en cuando.

No tiene ningún sentido."

(Las últimas cartas).

4.11.2007

Prefiero seguir viviendo

-Oscar Wilde.- La voz llegaba a mí como un eco. Aunque viniese de la misma habitación. Abrí los ojos con torpeza. Estaba tirado en mi sofá, mi televisor seguía apagado y un paquete de tabaco sin empezar se apoyaba misteriosamente en la mesa del salón. Junto a él, estaba mi cartera con los todos los papeles fuera y un gran cuchillo. De pie, junto a la ventana, estaba él. Me quedé mirándolo un momento, suponiendo que aún no sabía que estaba despierto. Pensé en coger el cuchillo para defenderme, pero me pareció absurdo. De cualquier forma, seguía vivo y por algún motivo él estaba allí. Así que lo más normal era que, por alguna extraña razón, no me había herido de gravedad. A pesar del fuerte dolor en mi abdomen, pude comprobar que no tenía ninguna herida de arma blanca, ni tampoco huesos rotos.

-A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.- Su voz rompió el silencio súbitamente. La situación era tan extraña que no me permitía actuar con coherencia. Sin embargo, mi mente estaba más calmada y no estaba paralizado por el miedo. Unas ganas inmensas de fumar me asaltaron y me levante lentamente y caminé hasta el poyete, donde una caja de cerillas descansaba junto al frutero. El ser humano era capaz de inventar cosas increíbles, pero aún no había conseguido descubrir como encender la hornilla con algo más sofisticado. Y el calentador andaba a la zaga.

Me acerqué a la mesa y cogí un pitillo. El sabor de la primera calada al encender un cigarrillo con fósforos era genial. Supongo que aquel bastardo habría cogido uno si le hubiese venido en gana. Así que me abstuve de ofrecerle. Al respirar profundamente, noté una punzada en el estómago. ¡Menudo golpe me había dado! Me levanté la camiseta y un moratón del tamaño de una cara asomó como un fantasma.

El tiempo pasaba y la situación, sin resultar incómoda, empezaba a ser estúpida. Un tipo me asalta por la calle, me amenaza con matarme y finalmente me deja sin sentido. Para redondear la situación, venía de follarme a mi exnovia, que ahora era mi cuñada. Y ahí estaba ese tío. Asomado a mi ventana. Taciturno. Por fin, empezó a moverse con tranquilidad. Encendió todas las luces de la casa y cogiendo una silla de la cocina se sentó, con el respaldo delante, enfrentado a mí. Me miró fijamente durante un rato. No parecía que tuviese intención de decir nada. Pero, desde mi punto de vista, tampoco había mucho que comentar. Empecé a recordar a Oscar Wilde y mis ojos debieron abrirse como platos, porque me lanzó una sonrisa bastante jodida.


-Vaya, vaya, vaya... ¿qué tenemos aquí?- Creo que en ese momento hubiese preferido que se mantuviera en silencio. Este tío acojonaba bastante. Echó un vistazo rápido al cuarto, sin mirar nada. Intentando hacerme entender que había estado echando una ojeada. Y luego siguió hablando. -No tienes muchas fotos de la familia por aquí. No serás un pirado...- Menudo cabrón.
-No creo, hasta los pirados tienen fotos de sus madres encima del televisor, y esas cosas.- Debió notar algo cuando miré hacia abajo, porque su discurso cambió ligeramente.
-¿No guardas fotos de tus padres, tu familia, tu novia?- Esta vez lo preguntó sin ningún tipo de ironía o sarcasmo. Así que me puse un poco gallito y le contesté airado.
-Mis padres murieron cuando yo tenía diez años, solo tengo un hermano y es el que ahora mismo se estará tirando a mi exnovia. Me compraría un perro, pero seguro que acaba quitándome la puta cena y mordiendo a algún vecino.- Me acordé de los peces.

De repente, empezó a reirse. Una risa estridente y ronca que fue convirtiéndose en una sonora carcajada. -Tiene cojones la cosa. Dime algo, ¿por qué no debería matarte?- Mierda, cuando se supone que el tema del asesinato había pasado a un segundo plano, tenía que venir el tío cabrón a recordármelo. Tampoco lo pensé mucho, con lo primero que me vino a la cabeza le contesté.

-Porque prefiero seguir viviendo.-

(El camino hacia las sombras).

4.09.2007

Tu Eterno Refugio

"Es ahora mismo.

Cuando las brumas desaparecen y empiezo a otear el camino. Ahora que todas las nieblas se van disipando. Mostrándome respuestas que podía haber imaginado. Respuestas reveladoras como la luna llena en una noche de verano y a la vez inquietantes como un cielo en llamas.

Y desde esta situación puedo distinguir un páramo desolado. Donde la vida pierde todo el sentido. Donde no hay camino de regreso ni vuelta atrás. Donde las esperanzas y las promesas no tienen cabida y lo único que mantiene el paso del tiempo es la certeza de que todo comienzo tiene un fin...

Ni siquiera me resulta perturbador. Mi reclusión definitiva. Que pronto abandonaré. Una sensación que se dispersa en la brisa haciendo el paisaje aún más sombrío. Perfilando los últimos detalles de un anhelo manifiesto.


A veces me pregunto si alguna vez piensas en mí. Si piensas en mí como en tu mejor amigo. Tú eras mi mejor amiga. Tú eras la que me consoló en esas amargas tardes cuando nada tenía sentido. No me estoy quejando. No quiero que pienses que te reprocho algo. Nunca lo haría. No fue mi intención sentirme así. Pero, supongo, es algo que no puedes evitar. Acostumbrado a ser un tipo solitario no me imaginé que a tu lado me sintiese protegido. Sin preocupaciones.


Ahora que el tiempo ha pasado he dejado de pensar en tí como mi enemiga. ¿Cómo puede hacerte tanto daño la persona que más amas? Creo que nunca lo sabré. Después de tanto tiempo te escribo esta carta para liberarme. No fue mi intención sentirme así, pero lo hice. Y, durante algún tiempo, tú sentiste lo mismo por mí.

Siento todo el dolor que te he causado. En cierta manera, lo que tú llamabas Mi Eterno Refugio no era más que un lugar. Pero para mí era un estado de ánimo. Era sentirme en paz, feliz, protegido. Solo fue una ilusión. Mientras duró fui el tipo más feliz del mundo. Pero cuando desperté de ese sueño comprendí que ese idílico lugar no pertenecía a mi mundo, sino al tuyo. Tu eterno refugio."

(Las últimas cartas)

4.05.2007

Aquella maldita mañana.

Abrí los ojos con ligereza. Allí estaba. La pecera de mi hermano. Aquella que compró cuando yo aún iba al instituto. Al final, los peces terminaron por morir y se convirtió en un burlón pedazo de pantano. Al principio, aquellos animalillos multicolores bailoteaban entre las algas y los troncos. Pero un buen día, el dueño de la pajarería le habló de un pez nuevo que le acababa de llegar. Un "luchador japonés". Era muy bonito. De color negro por el centro y de un azul profundo y hermoso por detrás, por la aleta caudal. El muy hijo de puta gastaba malas pulgas. En menos de dos días había acabado con la vida de los otros incautos. El pajarero nos avisó de que únicamente se volvía agresivo en presencia de machos de la misma especie. Supongo que no se informó bien.

Pues sí, allí estaba, el luchador japonés. Dando vueltas dentro de mi televisor. Me resultó extraño ver la pecera de mi hermano dentro de mi televisor. Cerré los ojos y volví a sumergirme en los recuerdos. Recordé cuando Isabel me llamó aquella maldita mañana. Había algunas cosas en su piso que le gustaría que yo recogiese. Le resultaba violento verlas por allí...

-¿Está mi hermano contigo?- Le pregunté.
-No, tu hermano no está aquí. Está trabajando y no tiene nada que ver con esto.- Ella siempre contestaba de manera tajante cuando mi hermano salía a colación.
-Mejor, no tengo ganas de montar un numerito. Pero antes me gustaría saber de qué se trata.-

Se produjo aquel silencio incómodo de costumbre. Pero al final, ella cedió.

-Sabes que a mí no me molestan tus cosas. Pero realmente el piso es pequeño y, por ejemplo, el mechero se pasa el día de un estante a otro cuando limpiamos. Ya sabes que aquí no se fuma...

-Ahora...- Susurré. Y sin dejar que preguntara le dije que me pasaría a mediodía.


Abrí otra vez los ojos en la oscuridad. Recordé aquella frase de Oscar Wilde: "No hay nada como el amor de una mujer casada. Es una cosa de la que ningún marido tiene la menor idea". Ahora la televisión estaba apagada. No había peces. Sentí como los párpados me empujaban de nuevo hacia el sueño...

Esa mañana salí con mi viejo Ford hacia su casa. Ni siquiera sé por qué lo hice. Supongo que, en el fondo, aún tenía ganas de volver a verla. Me pasé todo el viaje dándole vueltas a la cabeza. Las dos personas que más quería, en un giro cachondo del destino, me habían dejado fuera de juego. Totalmente. Cuando llegué al piso entré sin saludar y sin muchas contemplaciones, esperando encontrar una caja de cartón o algo por el estilo. En su lugar estaba mi mechero, el que ella me regaló, encima de la mesa del salón. Las palabras surgieron como un torrente.

-Dime una cosa, por favor. ¿Qué coños era lo que buscabas de mí? ¿Qué es eso que buscabas que yo nunca te he podido ofrecer y él sí?

Obtuve un silencio por respuesta. Después de todo ella no había cambiado tanto con respecto a mí. Decidí seguir hablando. Había muchas cosas que me había guardado para no hacerle daño y sentía que estaban empezando a agitarse en mi interior, buscando una salida. Pero otra vez me pudo ese sentimiento interior que me inducía a protegerla.

-Es igual. Esto no tiene ningún sentido.- Cogí el mechero y la miré. Ella estaba apoyada en el quicio de la puerta. Qué apropiado. Su cara transmitía una tristeza infinita. Aún así seguía siendo la cosa más bonita que había visto en mi vida. -Mira, lo demás puedes tirarlo. Nunca le he dado demasiado valor a las cosas materiales.-

Empecé a andar hacia la puerta y al pasar junto a ella sentí de nuevo su olor. Todos los momentos que pasamos vinieron de golpe y me frené. Ella pasó un brazo por encima de mi hombro, intentando buscar las palabras. Por sus mejillas empezaron a rodar dos lágrimas y mi alma se rompió en pedazos. La agarré de la cintura y la besé. Sin siquiera pensarlo. La besé sabiendo que era la última vez que lo haría. Sabiendo que ella lo había significado todo para mí y que me abandonó por mi propio hermano. Mi hermano, lo único que me quedaba, junto con ella.

En un momento estábamos en el sofá, desnudos. Me sentía tan triste que tenía ganas de llorar. Y aún así, estaba sucediendo lo que yo quería. Aunque las circunstancias eran totalmente diferentes a lo que esperaba. Estuvimos follando una media hora. A cada segundo que pasaba me sentía más triste y más vacío. Realmente, no sé si lo había hecho porque la quería, por devolverle "el favor" a mi hermano o, sencillamente, porque llevaba semanas sin tener relaciones con otra mujer.

Cuando terminamos ni siquiera di tiempo para provocar otra situación difícil. Me levanté, me puse mi ropa, cogí el puto mechero y me marché. Bajando por el ascensor me miré al espejo y me sentí tan vacío que pensé que algo dentro de mí había muerto. Antes de salir le dediqué una mueca al tipo de enfrente y dije -Te jodes. Por imbécil.- No sé si hablaba conmigo mismo o con mi hermano. Me subí de nuevo en el Ford y busqué en mis bolsillos el paquete de tabaco. Me lo había dejado en el piso. Me imaginé a mi hermano volviendo a casa y encontrándoselo allí. Abrí la ventanilla y tiré el puto mechero.


(El camino hacia las sombras).

4.03.2007

Miradas que hielan.

-¿No has debido decir eso? Menudo tío raro.- Pensé.
-No veo por qué tiene que molestarle tanto. Igual tiene usted una cara de esas comunes o llamativas. Puede que incluso sea alguien famoso.- Le contesté.

El tipo me miró bastante divertido. Tenía una de esas miradas que hielan. Fue entonces cuando empecé a darme cuenta de que algo no iba bien. Después del día que llevaba, la verdad, es que todo me importaba una mierda. Pero este tipo era algo especial. Pocas palabras, algunos gestos y esa forma de vestir a medio camino entre hortera y... del monte. No se me ocurrió otra cosa. La camisa era algo bastante llamativo, pero la cazadora, el gorro de lana y las botas de monte denotaban en él un aire de cazador. Muy apropiado.


Así andaba yo, perdido en mis pensamientos, cuando me di cuenta de que ninguno de los dos nos habíamos movido en un rato. Ahora el tipo me miraba extrañado, pareciese que estaba decidiendo qué iba a hacer conmigo. De hecho, es exactamente lo que estaba pensando.

-¿Y qué hago yo ahora contigo?- Me dijo.
-¿Se supone que tiene usted que hacer algo?- Le contesté.
-Por una parte, parece que no tienes ni idea de quien soy. Eso es bueno. Por otra, acabas de decir que mi cara te suena. Eso es malo.-
-No creo que sea para que se lo tome usted así.- Le interrumpí.

Empezaba a pensar que el tipo era una especie de exiliado político o algo por el estilo, cuando sus palabras rompieron otra vez el silencio. Pero esta vez fue para romperlo en pedazos. A partir de ese momento todo se sucedió como en una novela de aquel dramaturgo irlandés que escribía tan raro.

-No lo has entendido. De cualquier forma, no importa demasiado. Te explicaré como funciona esto. Tú corres, yo te persigo. Tú corres mucho, yo te persigo. Y créeme, puedes correr todo lo que quieras, pero lo único que conseguirás es morir cansado.-

El tío era un auténtico imbécil, pero eso no impedía que empezase a ponerme bastante nervioso. Era demasiado grande para enfrentarme a él, así que me decidí por el siguiente paso lógico. Sin perder la compostura miré hacia otro lado, suspiré y empecé a andar como si todo ese encuentro no hubiese sucedido. Un segundo después, el tipo había sacado un cuchillo de combate de casi dos palmos de hoja. Fue un destello. La visión del arma me paralizó. Estaba claro que esperaba algún tipo de agresión pero no algo tan explícito. La sangre se helaba en mis venas por momentos. La mente se me quedó en blanco. Solo podía pensar en el cuchillo. Ni siquiera pensé en si iba a doler. "Mierda, parece que esto termina aquí". Vinieron a mi mente momentos anteriores. Nunca había pasado tanto miedo, quitando aquel demonio de perro que me atacó cuando era pequeño. Me sentí profundamente apesadumbrado y recordé todo el día que llevaba. Me resultó irónico haber pensado que estaba muriéndome aquella maldita mañana. Si hubiese sabido como iba a transcurrir el día seguramente habría pensado en otra cosa. Morir dos veces en un mismo día no está tan mal, ¿no?

-No terminas de entenderlo. Te voy a matar de todas formas. Pero antes quiero que corras. ¿Qué me dices?-

Era impresionante la naturalidad con la que hablaba el tipo. Antes de que sacara aquel cuchillo pensé que sencillamente era un desequilibrado, pero nada peligroso. Pero ahora empezaba a verlo de otra manera. Un tipo grande, con un cuchillo grande, con una sonrisa inmensa y con una tranquilidad pasmosa. Y sencillamente quería matarme porque había dicho que su cara me sonaba.

De pronto, el miedo empezó a remitir y me vinieron muchas cosas a la cabeza. Recordé el tipo raro que una vez se sentó en nuestra mesa en la cafetería de la facultad. Recordé a aquel americano zumbado y... al tipo que iba siguiéndolo. ¿Era posible?
-Tú eres aquel tipo que seguía al americano.- Le dije.
-¿Qué americano?- Me contestó.
-El tipo americano que entró en la facultad. Se olvidó la cartera y cuando salió se perdió por la calle. Tu estabas siguiéndolo.- Los recuerdos llegaban a mí en cuentagotas.

El tipo se movió como una sombra. Estaba enfrente, manteniendo en su mano aquel enorme cuchillo y en un instante me sujetaba del pecho con la otra. Todo fue muy confuso. No recuerdo si el movimiento fue así de rápido o el golpe me dejó aturdido. Las piernas empezaron a fallarme y caí hacia delante. Me di cuenta de que me faltaba el aire, pero no conseguía hacer funcionar mi cuerpo. Me sentí como sumergido en un líquido espeso. Mis movimientos eran lentos, mis músculos no respondían, no podía respirar y ni siquiera podía emitir algún sonido. Y de pronto, la realidad comenzó a enturbiarse y terminé de sumergirme en la oscuridad.

(El camino hacia las sombras).

3.30.2007

La belleza en una postal

(Paisaje místico)


"He intentado buscar la postal adecuada y no la he encontrado.

Este es uno de los paisajes más hermosos, místicos y románticos que he visto y que me han hecho pensar en tí. Aunque no se puede apreciar la belleza en una postal. Espero que te encuentres bien. Un abrazo para todos y un besote enorme para tí.

T.Q.

P.D: Necesito un masaje."


(Cartas desde el olvido).

*La pintura que veis en esta entrada es una creación de Mercedes Naveiro. Está en la sección de pinturas y gráficas de su web (si pincháis en el nombre del cuadro tenéis un vínculo) en los años 1989-1990. Es difícil apreciarlo a simple vista en una imagen tan reducida pero me encantan los detalles de esta y de "Jugando con la luz". Llevan un doble significado (al menos para mí) implícito que es la misma idea que estoy intentando plasmar yo en lo que escribo (con poca soltura por ahora).


Los ojos de la tristeza

El verano era bastante caluroso donde vivíamos. Por suerte, y desde que éramos pequeñitos, mis padres nos mandaban, a mi hermano y a mí, a unos campamentos. En ellos pasábamos gran parte de las vacaciones hasta regresar a la ciudad. Recuerdo que el primer año me puse a llorar cuando mis padres se despedían. Pero con el tiempo empezaron a gustarme mucho. Incluso me sentía triste cuando tenía que regresar a casa. El primer año que estuve en uno de esos ni siquiera tenía la edad necesaria para entrar. Menos mal que mi hermano se hacía cargo de mí.

Y de uno de esos campamentos volvíamos. Por una carretera que ya me resultaba familiar y en un autobús lleno de niños. Algunos estaban contentos por poder ver de nuevo a sus padres. A mí, en cambio, me invadía cierta tristeza. Echaría de menos poder compartir las horas con los amigos. Cada año se repetían, pero cada año era gente nueva. Un nuevo comienzo. Ahora me planteaba que había algunos amigos que ya no volvería a ver. El ambiente en mi casa era bastante impersonal y eso ayudaba a no echarla mucho de menos. Ni a la casa ni a mis padres.


El autobús comenzó a dar ese giro tan característico que siempre hacía justo antes de la parada. Cuando se abrieron las puertas todos los niños salieron disparados hacia ellas. Yo siempre esperaba en el asiento para poder localizar luego a mi hermano y bajar con él. Una vez despejado el pasillo central me levanté, cogí mi mochila y caminé hacia la puerta, buscándolo. No estaba. Bajé a la acera y levanté la vista. Mi abuela estaba de rodillas abrazando a mi hermano. Mi abuelo vino hacia mí y con palabras entrecortadas dijo algo que aún no recuerdo. Me estaba poniendo bastante nervioso. Algo no iba bien. Empecé a dar una ojeada buscando a mis padres. En su lugar vi a mis tíos junto a un coche de la Guardia Civil. Todos tenían un gesto bastante lúgubre.


Mi abuelo empezó a hablar de nuevo. Mi hermano se giró hacia mí. Las lágrimas corrían por sus mejillas y me miraba extrañado. Yo me acerqué a él y le pregunté -¿Dónde vamos ahora? Miró a mi abuela con una expresión inquisitiva. Durante todo ese rato mi abuelo no había parado de hablar. Pero sus palabras me resultaban extrañas, desconocidas en su mayoría. Repetí la pregunta a mi hermano. -¿A dónde vamos? Él me miró y sin contener su ira gritó -¿Es que eres gilipollas? ¡Papá y mamá han muerto!

Recuerdo que le contesté algo así como "¡Qué dices!".

El día transcurrió con una sensación de desazón que sofocaba el ambiente. Estábamos en casa de mis tíos. Ni siquiera habíamos tenido que hacer las maletas. Mis abuelos y mis tíos hablaban en el salón sentados y mi hermano escuchaba de pie. Hablaban de que íbamos a vivir allí una temporada, hasta encontrar nuevos colegios en el pueblo de mis abuelos y entonces mudarnos. Todo me resultaba lejano. Como cuando escuchas la lluvia caer a través del cristal de una ventana. Me fui al cuarto de baño y me quedé mirando al espejo. Los ojos de la tristeza. Empezaba a darme cuenta de lo que había pasado.


(Historias que le conté al cabalista).

3.29.2007

Contarte mi verdad

"Siento el numerito de hoy. No esperaba reaccionar así. Pero sí esperaba tus excusas.

Siento guardarte rencor porque, al fin y al cabo, ahora no sirve de nada. Supongo que en otro momento pudo haber causado algún efecto. Me has hecho bastante daño. O quizás me hiciste daño y aún la herida no ha cerrado.

Creí que lo había superado todo, pero ya veo que me falta madurez. Me ha dolido verme de la misma manera. Revivir todas aquellas inseguridades me ha hecho perder los estribos, la calma. Me he ido de la habitación, más bien, porque no quería que me vieras llorar.

No aprendí a "hablar" contigo en su momento, o no lo conseguí y parece que estoy destinada a no hacerlo nunca.

No sé lo que me dolió más. Que no funcionara la cosa, la manera de dejarlo, o verte hacer cosas con ella que me hubiera gustado hacer a mí contigo. Como por ejemplo, lo más importante. Tener confianza. Poder hablar con tranquilidad. O sentirme a gusto, cómoda, no alguien que molesta.

Sé que me aferro al pasado como a un clavo ardiendo. Pero es algo que siempre tengo muy presente. Me aferro al pasado porque creo que mi vida no ha sido muy feliz, o lo que más me importaba no he sabido mantenerlo. Hoy, por fin, te he demostrado mi confianza. Te he contado cosas que en su momento nunca te dije por miedo. Cuando debería estar estudiando, reflexiono y me doy cuenta de que ya es hora de poner punto y final a algo que pasó hace mucho y que no se puede remediar. Pero no incluye el que se pueda cambiar una opinión y llegar a ser amigo de una persona a la que amé y odié tanto y al mismo tiempo.

No te rías de mí por contarte mi verdad. De una vez por todas. Prefiero dejarlo así y no quedarme con la sensación de que me he guardado algo."


(Cartas desde el olvido).

Los ojos de la ira

Habíamos pasado toda la primavera en el pueblo. El verano comenzaba y caminaba junto a mi hermano por la calle. Veníamos de hacer unos recados para mis abuelos. Nada especial. Comida, coca colas y cervezas para mi abuelo. Mi hermano y yo siempre acabábamos haciendo los recados porque ellos nunca andaban por casa. En eso se parecían a mis padres. Bajamos por la calle del súper hacia la plaza y yo me paré en el quiosco para ojear alguno de los tebeos. Mi hermano continuó sin prestarme mucha atención. Le molestaba lo distraído que era. No soportaba esa tranquilidad que siempre llevaba encima. A veces pensaba que mi manera de ser desordenada no le molestaba tanto como el hecho de que él le tenía un miedo visceral a la sangre y yo, siendo su hermano pequeño, me comportaba con más naturalidad ante esas cosas.


Levanté la cabeza y corrí hasta la plaza para alcanzarlo. Lo vi hablando con Toni. Toni era un tipo un poco menor que mi hermano. En realidad se llamaba Jose Antonio, como su padre. Como el resto de los chicos, nos tenía tirria por ser nuevos en el pueblo y ser de ciudad. Toni no tenía una vida fácil. Su padre era militar retirado y se aburría bastante. Además, él era el típico marginado que andaba chuleando a los otros chavales. Siempre vestía camisetas negras de grupos extraños que, por aquel entonces, yo no había escuchado en toda mi vida. A su padre esto no debía gustarle mucho porque le soplaba unas palizas de cuidado.


Estaban discutiendo. Cuando me acerqué no hablaban con mucha coherencia. Eran los típicos insultos. Yo soy muy chulo. Yo soy más chulo que tú. Cosas así. Mi hermano se giró hacia mí y me dijo -No sabía que los catetos eran tan sobrados. Toni inclinó desafiante la cabeza y le contestó -Tu madre. Y le empujó ligeramente el hombro. Mi hermano empezó a darse la vuelta. Antes me dejó observar en él los ojos de la ira. Mi hermano repartía palos como Jesucristo panes y peces. En cuestión de minutos, el otro chaval tenía la camisa enrollada por encima de la cabeza y no hacía otra cosa que recibir.


Cuando la paliza terminó seguimos andando como si nada hubiera pasado. Llegamos a casa de los abuelos y entramos. No había nadie, como de costumbre. Se puso a colocar la compra y yo no pude reprimirme. Le pregunté qué coños había hecho. Él pasó de mí. Empecé a recriminarle su violencia gratuita. La verdad es que cuando me cabreaba era un poco pesado. En un momento determinado le dije -Bastante tiene ya el pobre chaval con lo cabrones que son sus padres.

Fue como un estallido. Ni siquiera vi venir la bofetada. Pero recuerdo que me lanzó hacia atrás con tal fuerza que acabé con la cabeza apoyada en la pared de la cocina. Me levanté sin ni siquiera quejarme y salí de la casa. Empecé a caminar por las calles del pueblo y a cada paso que daba apretaba más el ritmo. Cuando salí del pueblo ya estaba corriendo como un poseso. Subí por una loma y pasé una vieja casa. El aliento me empezaba a faltar y decidí pararme un rato. Me senté de espaldas a un árbol y, casi sin tiempo a pensar, empecé a llorar como una magdalena.


(Historias que le conté al cabalista).

3.28.2007

Tu cara me suena

"Fumar puede matar". Así rezan los jodidos carteles de los paquetes de tabaco ahora. En aquella época al menos no te daban el coñazo con esas tonterías. Había conseguido encontrar una tienda abierta y había comprado un paquete de Lucky Strike, sin filtro. Era un tabaco delicioso.


Me sentía como la misma mierda. Desde que el día empezó se había ido convirtiendo en una pesadilla. Una llamada en un mal momento. Una despedida dolorosa. Un último suspiro hasta el más profundo de los vacíos y la vida pegando pellizcos estúpidos en sutiles guiños. Al menos tenía tabaco.


Caminaba por la misma calle en la que vivía. Pero era una de esas calles principales que se hacen eternas. Además, la hora empezaba a resultar molesta. Se había hecho de noche y cualquier transeúnte era sospechoso. Abrí el paquete para sacar un cigarrillo y busqué el mechero. El mechero que había lanzado por la ventanilla del coche cuando comencé mi viaje de vuelta. Mira que a veces soy gilipollas. Me resigné al hecho de que tendría que esperar hasta regresar a casa. Tenía cerillas en la cocina.

De pronto tropecé con lo que me pareció que era un árbol. Caí de culo y miré hacia arriba. Un tipo fornido vestido con una cazadora abierta, una camisa con un cuello enorme como las que llevaba Jimmy Hendrix y un gorro de lana me miraba curioso. Conseguí levantarme torpemente y esperé un poco para ver si se disculpaba. El tío era grande. Casi parecía que me iba a disculpar yo. Me recompuse con toda la dignidad que me quedaba, que no era mucha, y me quedé mirándolo un poco airado. Como no se me ocurrió otra cosa le pedí fuego. Esto pareció divertirle y esbozó una sonrisa. Una sonrisa perfecta, con unos dientes blancos y perfectos.

En ese momento en mi cabeza sonaba Purple Haze. El tipo no parecía tener intención de darme fuego, así que empecé a girarme para seguir mi camino. De repente, me quedé mirándolo y le dije -Tu cara me suena. Su sonrisa se hizo aún más amplia y me contestó -No has debido decir eso.


(El camino hacia las sombras).

Los ojos de la desesperación

Escaparme de casa se había convertido en una costumbre. No importaba cual fuera la excusa. Aunque supongo que los golpes siempre ayudan. Había estado corriendo por el olivar hasta quedar sin aliento. Era una zona bastante tranquila y apartada. Después de subir una loma y pasar de largo un caserón abandonado había un calvero con una encina en el centro. Era un árbol bastante viejo. Me gustaba trepar por sus ramas y sentarme arriba. Me daba una perspectiva diferente, supongo que superior en alguna forma. Ella lo llamaba mi eterno refugio.

Antes de la puesta de sol ya me había encontrado. Esta vez no lloraba desconsolado como la primera vez que nos vimos. Me saludó sin prestarme mucha atención. Sabía que me molestaba que mirase los moratones. Empezamos a charlar, como siempre, de todos los países que había visitado. Era emocionante imaginar todos esos sitios que algún día podríamos visitar juntos. El sol se puso sin pena ni gloria.


Caminamos de regreso, por el olivar, hasta las primeras casas. Observábamos la plaza del pueblo. Escuchamos unos gritos de la calle del supermercado y nos detuvimos. De la esquina apareció un joven corriendo con unas bolsas en las manos. De fondo se escuchaban los gritos de una mujer. "¡Al ladrón! ¡Al ladrón!". Uno de los dos jóvenes que había en la plaza se apresuró a detenerlo, sujetándolo por el brazo. El ladrón perdió el equilibrio y soltó las bolsas. Todo acabó desperdigado por el suelo, incluido él. La mujer se paró antes de llegar a la esquina. El chico intentaba impedirle levantarse cuando el delincuente se giró y sacó de su bolsillo una enorme navaja. La situación empezaba a superarlos a ambos. El chaval de la plaza miraba a su amigo, instándole a que le prestase un poco de ayuda. Pero el pobre tonto estaba bloqueado por el miedo.

Recuerdo que ella me dijo "No vayas, por favor". Yo también sentí algo de miedo y me quedé mirando al pobre diablo. Nuestras miradas se cruzaron y comprendí que no era una persona violenta o peligrosa. En su cara no se reflejaba la ira o la locura. Lo que su rostro mostraba eran los ojos de la desesperación. La necesidad.

Me acerqué lentamente a él y con una serenidad pasmosa cogí la navaja de su mano. La cerré y le ayudé a levantarse. Le dije que se fuera antes de que llamásemos a la policía y el tipo se marchó con su cara de idiota hacia el campo.

Momentos después mis piernas empezaron a temblar y tuve que apretar los labios para no ponerme a llorar. Nunca más volvería a llorar delante de ella.


(Historias que le conté al cabalista).


Tu última carta

"¿Sabes? Estoy contenta. Hacía mucho tiempo que no me encontraba así. Como el sol y los animalitos saltando. Supongo que será porque se está acercando la primavera (mentira, pero no sé que decir).

Últimamente me están pasando cosas alucinantes, verdaderamente increíbles. Me estoy descubriendo a mí misma. Descubro que tengo reacciones sorprendentes ante situaciones determinadas.

Mi persona está dando un cambio radical. Tengo respuestas completamente opuestas a lo que eran (o son aún) mis principios. No sé si me explico con claridad. Cuando por algún motivo se supone que debería ponerme triste, pues me da exactamente igual. No sé si tiene mucho sentido, pero es lo que me ocurre. No precisamente en tu caso pero...

Y eso me contenta porque me doy cuenta de que puedo disfrutar más de las cosas. Puedo sacarles más partido. Quizá me haya dado cuenta un poco tarde, pero aún me queda mucho tiempo.

Me acuerdo de tu última carta. Si no te acuerdas te refrescaré la memoria: La sierra, acampada, andar, radio, sacos de dormir, verano, aire libre... ¿Te acuerdas ya?

Me puse a pensarlo, y debe ser algo fantástico. Si consigo salir de aquí me gustaría ir contigo, pero si vamos seguro.

¡Y hasta aquí llega mi carta!

Aunque he incluido más cosas. No quiero que tenga fin. No me gustan los finales. No es nada del otro mundo. Ya sabes. Nunca hago nada del otro mundo..."

(Cartas desde el olvido).

3.27.2007

Los ojos de la bruma

No acostumbraba a pasar las tardes en la facultad. Pero el día había sido muy largo y ni siquiera tuve tiempo de volver a casa para comer. Habíamos salido de prácticas y gastábamos las horas hablando de tonterías en la cafetería. Estaba junto a dos chicas, eran muy amigas. Nos habíamos conocido a lo largo del curso. Yo acostumbraba a meterme con ellas y parece que les resultó divertido. Siempre acabábamos hablando de cosas sin importancia y riéndonos de todo.

El sitio no era muy acogedor. Como cualquier cafetería de facultad. Espaciosa, impersonal, y diseñada con austeridad para aprovechar los pocos recursos de los que en aquella época disfrutaban las instalaciones reservadas a la enseñanza. Una gran cristalera nos separaba de la calle, no así del frío.

Por aquel entonces mi inglés ya era bastante bueno y podía desenvolverme con cierta soltura.

La conversación había llegado a ese punto en el que lo único que queda es apurar el café y marcharse. Y en ese momento apareció determinado personaje. Corría torpemente por la calle, tropezando con los peatones y trastabillando con los semáforos. Tenía la mirada perdida y andaba sin rumbo aparente. De pronto se quedó mirando hacia el interior y corrió hacia la cafetería. Entró por la puerta, levantó la cabeza y vino a sentarse en la mesa en la que estábamos nosotros.

Era un tipo raro. Vestido con unos pantalones de camuflaje y amplias sudaderas que se había puesto, unas encima de otras, para luchar contra el frío. Llevaba una mochila mediana de la que sobresalían mapas y libretas. Desde luego, no tenía pinta de estudiante.

Comenzó a hablar en un inglés muy fluido. Lo suficientemente rápido para que no le entendiésemos. Se me ocurrió intentar hablar en inglés con él y conseguí decirle que tenía que ir más despacio. Era una situación bastante rara. Yo no podía ocultar una sonrisa al mirarlo, pero las dos chicas lo miraban con cierto temor.

Pareciera que no llegaba a comprender que estaba en un país en el que su lengua era extraña. Empezó a soltar majaderías. Resultó bastante curioso poder hablar un rato con él. Mi inglés no era tan malo como yo creía y pude mantener una charla absurda durante un rato.

Yo estaba bastante tranquilo y mis amigas habían perdido ese temor inicial. Pero a pesar de todo él no paraba de mirar hacia fuera, esperando ver aparecer a alguien. Se diría que estaba escondiéndose. Y todo transcurrió como un relámpago. Se quedó mirándome a los ojos y me dijo. Tú eres como yo. Le contesté que sí, que todos éramos iguales y otras chorradas que acostumbrábamos a decir por aquellos tiempos para no crear tensiones políticas. Él me miró contrariado y negó con la cabeza. Empezó a ponerse nervioso y masculló algo incomprensible. Luego dijo en su idioma "You've got the eyes of haze. You're a ghost, like me". Se levantó y echó a correr hacia el hall de la facultad.

No podía parar de reírme e intentaba explicarles a las niñas qué era lo que me había contado el tipo. Me quedé mirando a la mesa y me di cuenta de que el muy idiota se había dejado la cartera. Una billetera de piel bastante abultada, con las siglas de la infantería de marina de los USA. Aunque esto lo descubrí más tarde. Cogí la cartera y me levanté para devolvérsela, pero el tipo se había perdido dentro de la facultad. Cuando volví a la mesa me senté y estuve tentado de echarle una ojeada. El americano apareció otra vez corriendo y tropezando y me miró. Estaba a punto de decirle algo sobre la cartera pero no me dio tiempo. La cogió cabreado y salió otra vez hacia la puerta por la que entró al principio.


Momentos después, de detrás de un coche, apareció un tipo bastante grande. Mediría un metro noventa, era rubio y llevaba el pelo largo, recogido en una coleta. Una perilla muy bien recortada y una sonrisa perfecta, marcada por dientes blancos y perfectos. Vestía un gabán que, aunque estaba un poco andrajoso, daba la impresión de ser caro. Parecía un chiquillo jugando en la calle. Saltó desde la calzada a la acera por encima del capó del coche y siguió calle arriba, por donde el tipo raro había huido antes.

Esa fue la primera vez que vi a Viktor.


Más tarde, en casa, repasé mi diccionario de inglés para consultar una palabra que no había entendido. Haze... Los ojos de la bruma.

(Historias que le conté al cabalista).

Mi eterno refugio

"Es en estos momentos.

Cuando las hojas envejecen y tornan amarillentas. Cuando el suelo se cubre de tan extraño abrigo. Las nubes no cesan en su constante viaje, hacia lo que más tarde me preguntaría. Claras como el agua nítida de un arrollo y oscuras como el más endiablado de los pensamientos.

El cielo se deja divisar entre los escasos espacios que las nubes no llegaron a cubrir. Cuando emigran cientos y miles de aves hacia un lugar donde la vista no alcanzaría. Esperando allí encontrar algún espacio donde poder reposar esas agotadas alas, gastadas por lluvias, nieves y vientos...


Qué hermoso me parece, divisándolo desde aquí. Mi eterno refugio. El que pronto abandonaré. Puedo reconocer cada uno de sus detalles con tanta nitidez que parezco poder acariciarlo. Pero no, solo se trata de una ilusión. Un sueño.

La otra tarde, mientras escuchaba como el agua caía sobre la tierra, el viento agitaba con fuerza las hojas amarillentas y las aves se refugiaban del frío en su cálido hogar, fue cuando, en cuestión de segundos y durante un momento, tuve la sensación de tenerte junto a mí. Acariciándome, besándome.

Me sentí contrariada. Fue como el sueño que nunca consigo recordar. Como todas las acogedoras tardes que transcurrieron junto a tí.

Me sentí feliz.

Te echo de menos y creo que a pesar de todo aún te quiero"


(Cartas desde el olvido).

No mires a la luz

Corrían tiempos extraños. Mi país estaba superando las penurias de la posguerra y las cosas no andaban muy bien. Las calles eran inseguras, los trabajos eran precarios y las ideas eran peligrosas. Había estado conduciendo un viejo Ford por una carretera larga y recta como un destino ineludible. Delante de mí, un BMW circulaba a una velocidad constante y cansina separándome de mi meta. Tampoco es que importase mucho, conducir era agradable y dejabas de pensar.

Las cosas nunca salen como esperas. Media hora antes un camión de carga había dejado el parabrisas hecho una porquería y el líquido del "limpia" se había agotado. Al menos, el cristal ahora estaba impoluto. Pero, cosas del destino, un BMW pisando huevos, el sol empezaba a ponerse, sin líquido del limpiaparabrisas... Como siempre todo sucede de golpe y después del uno y del dos, viene el tres. Yo conducía mi Ford en cuarta y el pobre cacharro no daba para más, impidiéndome el adelantamiento. Así que decidí pegar morro al BMW para que aumentase un poco la velocidad. No hacía falta que se perdiese en el horizonte, con unos veinte kilómetros por hora más me dejaría conducir en paz.

Parece que no era esa la idea del otro conductor. Activó su "limpia", que proyectó el agua por encima del BMW. El chorro fue a parar al cristal delantero de mi coche. Empecé a maldecir a aquel cabronazo, pero el tiempo no estaba de mi parte. El sol había descendido lo suficiente como para empezar a deslumbrar. Lo suficiente para no percatarme de que el tipo iba a salir de la carretera para repostar. La reacción fue instintiva. Invadí el carril izquierdo y rápidamente di un volantazo para regresar al mío. Al conductor del camión que circulaba en sentido contrario no tuvo que hacerle mucha gracia.

Los minutos siguientes fueron un lapsus bastante estúpido. Ahora era yo el que conducía a ritmo de tortuga. Las piernas me temblaban y para colmo de males, el agua del cristal y el posterior polvo del camión hacían imposible ver con claridad. La carretera viró hacia el oeste y el sol comenzó a darme de cara.

Seguí conduciendo unos tres kilómetros con el sol deslumbrándome hasta que me percaté de que no podía circular en esas condiciones. Ya estaba más tranquilo y empecé a sentirme como un imbécil. Recordé que aún me quedaban otros veinte kilómetros más conduciendo hacia el oeste y decidí bajar el parasol. La mala suerte siempre viene en sacos de cinco kilos. El parasol se quedó en mi mano. Quizás el cabreo me hizo terminar de arrancarlo o sencillamente el coche era demasiado viejo y se caía a cachos.

Recordé lo que decía mi padre cuando me enseñó a conducir. Si algo te deslumbra, no mires a la luz. Seguí conduciendo con la puesta de sol jodiéndome la vista hasta que llegué a casa. Subí por las escaleras hasta el sexto piso. Los bloques sin ascensor tenían un alquiler bastante barato para la época. Abrí la puerta y me acerqué al frigo a coger una birra para sentarme un rato a reflexionar sobre la mierda de día que llevaba. Encendí la vieja sanyo, cambié de canal, bajé el volumen y en ese momento me di cuenta de que el día no se había terminado aún. Me había quedado sin tabaco...

(El camino hacia las sombras).

3.26.2007

Los ojos del demonio

No lo recuerdo con mucha claridad. Era aún un crío. Ese día llegué del colegio tarde porque me había quedado jugando en la calle con los niños del barrio. Cuando entré en casa me estaba esperando una de esas broncas. Las de siempre. En un momento de subida de tono recuerdo oír las palabras "en esta casa hay unas normas, mientras estés bajo este techo vas a cumplirlas". Fue una discusión bastante chocante para un chaval de ocho años.

Recuerdo que salí corriendo hacia el ascensor. Fue mi primera escapada y realmente pensaba que no iba a volver. Luego, con el tiempo, comprendí que siempre llevaba esa sensación de "no voy a volver" y que realmente era algo pasajero.

Corrí calle abajo, atravesando el hospital, hasta llegar al parque. Desde ese momento todo era confusión. La gente corría asustada y había sangre en el suelo. Recuerdo un cachorro tirado e inmóvil como una marioneta rota. Recuerdo gente herida y recuerdo el pánico al ver al animal que lo había causado todo. Era un perro del tamaño de un pastor alemán, pero con el pelo largo y moteado como las hienas. Los pelos del lomo estaban erizados y corría por el parque dando dentelladas a los viandantes.

Fue un momento bastante corto. Yo estaba inmovilizado por el miedo y el perro se acercaba mordiendo todo lo que había a su paso. El miedo me invadió y deseé que mis padres estuvieran allí para ayudarme. Pero recordé que estaba solo. Me había escapado de casa y ya no debía depender de nadie. Por un instante me sentí tranquilo, en paz. Y miré a los ojos del demonio. En mi mente se repetía un mensaje. Algo así como "no me va a morder, no tiene por qué hacerlo".

El animal se quedó fijo por un segundo y saltó encima de mí. No sentí ningún miedo, de alguna forma sabía que no me atacaría. Empezó a lamerme. Yo estaba tumbado y no comprendía nada, solo sé que no tenía miedo. Aún se escuchaban los gritos cuando el perro siguió su camino por el parque. Lo siguiente que recuerdo es un disparo y al infeliz animal saltando como un resorte.

Fue la primera vez que recuerdo esa sensación de paz y resignación justo después del miedo.


(Historias que le conté al cabalista).

3.25.2007

Introducción

Sacas una carta. La miras. Valoras qué significa esa carta para tí y que significará para los demás. Luego la enseñas. Esta es mi carta.

Así empiezan los problemas. Cuando enseñas tu carta tienes que dejar de verla. No mires tu carta mientras la enseñas. Es síntoma de debilidad.


Mi carta era muy mala. Era esa carta que todo el mundo espera que tengas y que te hace el centro de todas las miradas. Era una carta pésima. La peor cuando la estaba mirando. Cuando muestro esta carta he dejado de verla y ahora todo el que la observe sabrá que de algún modo estoy condenado. Pero tampoco importa mucho. Nadie sabe en que consiste este juego.